6.1.11

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Al poco tiempo me atrapa de nuevo este desasosiego, el de no poder estar conmigo. Veo crecer mi sombra, la miro posesionarse de cada espacio, de mi ser. "El miedo es un agujero por donde se escapa el alma; te me escapas, mi alma, hacia no sé dónde", me repito muchas veces. Cierro puertas y ventanas. Esta vez no pienso huir, no quiero buscar un nuevo hogar.
Durante días y horas me siento frente al cuadro del minotauro, a la luna morada que lo acompaña, el laberinto que lo guarda; recorro con mis dedos las pinceladas que te mantienen en cautiverio, escucho tus pisadas, minotauro, camino vacilante por tu laberinto, veo tus huellas grabadas en el fango, las piedras sueltas lastiman mis pies, toco los muros, desde aquí me parecen más altos, de las grietas escurren gotas de agua, percibo el olor de la humedad que se desprende de los recovecos; ahora sé que mi alma se impregnó en ellos; toco el musgo pegado a las piedras, es terso. Mi voz se queda atrapada en las piedras; en esta espiral sorda se diluyen mis palabras. Como tantas otras veces intento llamarte, "minotauro" y sólo me responde el silencio de abandono al que estás condenado. Camino por un pasillo, por otro, todo permanece igual: una celda tras otra, ningún patio. Aquí, en este laberinto todo es estéril. Miro una araña, se descuelga rápida de un hilo, como yo, ella también teje casas sin volver atrás. Un muro me lleva a otro muro, como un sueño a otro, y siempre la misma luna...vigilante. De nuevo escucho tus pisadas, minotauro, las sigo hasta encontrarte. Te veo frágil, ¿o eres tú mi espejo? Tu laberinto no es muy diferente a mi propio laberinto: fuimos arrojados a un mismo destino; al infierno de sabernos solos.


Tiempo de laberintos, Blanca Hefferan

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